jueves, 22 de enero de 2015

CUANDO LE FALTA LA SALUD A UN HIJO.

Hoy he tenido que llevar a mi hijo mayor a recoger unos resultados a un especialista. Cuando me estaba arreglando, pensaba lo mucho que podía cambiar mi vida o no, según lo que dijeran las pruebas.
Y es que la falta de salud, o mejor dicho, ver que tu vida se puede desequilibrar y que no tenemos control sobre ello, hace que todo pase a segundo plano.
En ese momento, los agobios cotidianos, las exigencias en nuestras obligaciones diarias, las vueltas y vueltas que da nuestra cabeza sobre cualquier tema nimio, las conversaciones mentales en las que nos mostramos enfadados con otro, o con nosotros mismos... adquieren su justo valor porque se relativiza cualquier situación.
"Si tiene solución, para qué te preocupas". 
Pues es justamente esa actitud la que debemos tener en nuestra vida cotidiana. Si logramos aprender a darle a las situaciones que vivimos la importancia que realmente tienen, nos evitaremos muchos sufrimientos. Nada es tan importante como para que nos altere nuestro estado de ánimo, porque seguramente son momentos que bien gestionados, no son nada del otro mundo.
La pena es que tenga que ocurrir cosas para darnos cuenta que lo que nos rodea que no nos gusta, no merece ni un pensamiento en nuestras vidas. 
De todo se aprende, pero como decía Séneca, " Hace falta toda una vida para aprender a vivir".

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