miércoles, 30 de septiembre de 2015

MENORES ADOPTADOS

Hace unos años, una de mis labores profesionales era Técnica de Adopciones Internacionales.
Fue una época muy bonita y de la que aprendí muchísimo ya que debía saber las motivaciones que llevaban a los solicitantes a adoptar. 
Estas personas debían contarme su vida, explicarme cómo se habían desarrollado, cómo habían vivido, qué habían sufrido y con qué habían disfrutado. A la vez, debían darse cuenta si tenían algún tipo de "idealización" del menor adoptado, tenían que desmontar situaciones que se alejaban de la realidad y ponerles los pies en el suelo para que su decisión de adoptar fuera lo más cercano posible a lo que se iba a encontrar en su vida diaria.
Me llamaba mucho la atención que cuando yo les preguntaba "¿qué reprochais a vuestros padres?" muchos de ellos me contestaban "que no me obligaran a estudiar más" o "que no me obligaran a seguir en los estudios".
Algo en lo que debíamos incidir mucho era en que ese bebé del que iban a ser  padres, iba a crecer, si iban a China, su hija (lo más probable en ese país es que fuera niña la adoptada), llegaría con meses, la vestirían, les pondrían grandes lazos en sus pelos lacios, la llevarían al parque..., pero en unos años, esa niña, llegaría a ser adolescente, con todo lo que significa ser adolescente y además, con una mochila a cuesta en la que encontrarían sentimientos de abandono, de no saber sus orígenes, de no conocer a sus padres biológicos, mil preguntas sin respuestas... Iba a llegar un día en que las expectativas previas de una adopción podrían estar muy alejadas de la realidad, ( de ahí que exista la posiblidad de devolver al menor).
Pero esta última circunstancia es independiente a tener o no un hijo adoptado y a veces sentimos frustración porque nuestros hijos no son como nos habíamos planteado durante su crianza.
Un hijo es un hijo, independientemente de cómo haya llegado a nuestras vidas. Es una persona con una vida, intereses y gustos propios y nuestra obligación como padres es enseñarlos a vivir, educarlos, criarlos y respetar su individualidad. 
Permitidme que suscriba las palabras de Santa Teresa de Calcuta:
Enseñarás a volar,
pero no volarán tu vuelo.
Enseñarás a soñar,
pero no soñarán tu sueño.
Enseñarás a vivir,
pero no vivirán tu vida.
Sin embargo…
en cada vuelo,
en cada vida,
en cada sueño,
perdurará siempre la huella
del camino enseñado.


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